Estoy totalmente en desacuerdo con las personas que consideran que las peleas son inútiles. Uno se fortalece, aprende a defender sus pensamientos y a confrontar con el otro. También, si la en la discusión participan personas medianamente abiertas, uno absorbe cosas del otro, se nutre, se riega de otros puntos de vista que, de a poco, nos van haciendo como persona. Sin embargo, y lamentablemente, luego de que Adán mordió la manzana, además de muchas enfermedades y desgracias, al mundo llegó algo llamado orgullo. Destructivo, negativo por donde se lo vea. Y, penosamente, tengo que decir que mi papá es de los seres más orgullosos del mundo. Parte de su orgullo lo heredé yo.
Nuestras discusiones son una pérdida de tiempo. Yo estoy convencida de que tengo razón, y él también. Yo analizo mis respuestas para callarlo, para demostrarle que estoy segura de lo que digo, para que vea que no soy una chiquita, para que entienda que ya hay cosas mías que él no puede controlar. Él responde con calma, tranquilo, y pensando. Nunca escuchando lo que digo, aunque él me acusa a mí de eso y de que siempre estoy con la cabeza en qué voy a contestar y no en lo que él me critica. Con el tiempo, después de muchas discusiones, entendí el método de discusión de mi papá. Cuando se queda sin argumentos, empieza a decir cosas como "si no entendés esto, vas a tener que empezar a salir menos" o "vamos a tener que cambiar un par de cosas" o "las cosas que hacés no van acordes a la madurez que mostrás". Se agarra de las cosas mías que de él dependen. Mis salidas, mis libertades, etc.
No hay cosa que me de tanta bronca como eso. Es evidente que no tiene más que decir, y se aferra de lo único con lo que sabe; me puede callar. Puede parecerles poco noble de mi parte que me calle la boca "porque me conviene", pero al fin y al cabo; así se hace a la convivencia. Confrontar hasta que las prioridades estén en verdadero riesgo.
Juro que, en este momento, deseo dejar de ser una adulescente, pasar a ser adulta, tener mis 18 años y poder hacer lo que se me cante la uña del dedo gordo del pie. Ahí, seguramente, empiece con el "en mi casa se hace lo que yo digo". Y ahí es cuando cazo bolsos, un par de monedas para el bondi, me calzo bien mi orgullo; y me voy para donde me lleve el viento.